"Cien años después, el genocidio armenio nos sigue impresionando tanto por su dimensión –la cifra de víctimas oscila entre 600.000 y 1.800.000, según los distintos estudios– como por el manto de olvido que lo ha cubierto en Occidente. En 1915 la opinión pública de Europa y los Estados Unidos podía conocer, gracias al testimonio de diplomáticos, misioneros y otras personas sobre el terreno, las atrocidades que el Ejército otomano y ciertas unidades especiales cometían contra los armenios del imperio. Las provincias que históricamente habían acogido a una de las comunidades cristianas más antiguas del mundo eran el escenario de una destrucción sistemática: Van, Erzurum, Mamüretulaziz, Bitlis, Diyarbekir y Sivas. No era la primera vez que se desataba una oleada de violencia contra los cristianos, pero los líderes del Comité Unión y Progreso trataron de asegurarse de que fuese la última. A las detenciones de la élite intelectual armenia de Constantinopla, la noche del 23 al 24 de abril de 1915 (250 personas en las primeras redadas), le siguió el arresto, encierro y asesinato de la mayor parte de los soldados armenios enrolados en el Ejército imperial. Las marchas a pie por los desiertos de Siria acabaron con ancianos, mujeres y niños expuestos a la desnutrición, los elementos y la violencia de los guardianes. No se trataba tanto de llevarlos a un lugar determinado como, más bien, de asegurarse de que jamás llegasen a ninguna parte. La marcha era una forma de ejecución, como el fusilamiento o el enterramiento en vida. Todas ellas las sufrieron los armenios". (Ricardo Ruiz de la Serna en LIBERTAD DIGITAL).
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