miércoles, 8 de abril de 2015

La vejez (tal es el nombre que los otros le dan) puede

ser el tiempo de nuestra dicha. El animal ha muerto o casi ha muerto. Quedan el hombre y su alma. Vivo entre formas luminosas y batas que no son aún la tinieblas...
Siempre en mi vida fueron demasiadas las cosas; Demócrito de Abdera se arrancó los ojos para pensar; el tiempo ha sido mi Demócrito. Esta penumbra es lenta y no duele; fluye por un manso declive y se parece a la eternidad. Mis amigos no tienen cara, las mujeres son lo que fueron ya hace tantos años, las esquinas pueden ser otras, no hay letras en las páginas de los libros. Todo esto debería aterrorizarme, pero es una dulzura, un regreso...

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