recogido la última octavilla en el suelo y la he leído con fruición como si fuera un viandante gratamente sorprendido. He ido a un bar cercano y he exhibido una lectura atenta. Justamente antes que yo, un chico con su nene en el carrito con su joven mujer, había cogido dos con cierta reticencia de su pareja. Pero se la llevó mientras leía. Las había colocado en frente de la Casa de las Punxes a la derecha de la entrada de la sorprendente Santuario de nuestra Señora del Carmen.
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