El repugnante y brutal ataque de una chica contra una compañera en Sabadell produce espanto.
Alguien me ha señalado cierta aparente destemplanza en algunas de mis BENGALAS contra unos y en la lenilidad con otros, concretamente, con la violencia infantil, los curas pederastas, las pasiones humanas... No quisiera que se me entendiera mal. La experiencia psicoterapéutica me ha llevado a descubrir demasiada hipocresía, contra la que hay que ser implacable, extendida paternalista e inquisitorialmente, propia de los paracaidistas sobre estos y otros asuntos, que se justifican a sí mismos "salvando" y humillando a los demás.
Yo he entregado mi vida por la educación con entusiasmo, intentando sacar lo mejor de cada uno de mis alumnos. De aquí mi Manual de invento. Sabía que tenía autoridad moral.
Cuando muchos padres, instituciones, psicólogos y pedagogos teorizantes, políticos y autoridades educativas y medios de comunicación han hecho dejación de su responsabilidad se empezó a dejar abandonados en el Circo Romano a algunos profesores y profesoras (también a los propios padres) para ser humillados y vejados por unos monstruos que entre todos hemos ido alimentando. En su momento, tuve que añadir a mi repertorio metodológico el "gruñido de perro" aplicado, sorpresivamente, a la oreja del descontrolado para indicarle que "si no respetas la realidad, por lo menos tienes que temerla y acatarla"... El atávico sonido producía efectos muy saludables de recuperación de la atención y de la buena disposición para las tareas de la clase y el estudio. Las clases de Filosofía eran muy participativas, apacibles y divertidas. En una ocasión, tuve que entrar en una clase de cursos de la ESO. El espectáculo con el que me encontré, no sabría describirlo en su dramatismo y terror: Chicos humillando con toques, golpes y jueguecitos, sobre el material de la mesa, pelo, ropa y otras pertenencias de una profesora, acorralada entre su escritorio, la pared y la pizarra, tapándose la cara con las manos. Los demás alumnos peleando, saltando sobre las mesas, tirándose papeles, mirando por las ventanas...¡Un desastre! Entré como una fiera, bramando. Bastó dar un grito "pero, qué es esto" y, entre voces y empujando hacia su sitio a los dos primeros "sólidos" que encontré a mi paso, para que aquello se recompusiera enseguida. Tardaría diez segundos para estar sobre la tarima y toda la clase sentada en su mesa correspondiente con los brazos cruzados y en silencio, dispuesta a recibir mi sermón. Teatralicé comerme a algún alumno con patatas. Aunque no fueran alumnos míos, luego me saludaban en el patio y más de uno venía a chocarme la mano con afecto.
Cuando muchos padres, instituciones, psicólogos y pedagogos teorizantes, políticos y autoridades educativas y medios de comunicación han hecho dejación de su responsabilidad se empezó a dejar abandonados en el Circo Romano a algunos profesores y profesoras (también a los propios padres) para ser humillados y vejados por unos monstruos que entre todos hemos ido alimentando. En su momento, tuve que añadir a mi repertorio metodológico el "gruñido de perro" aplicado, sorpresivamente, a la oreja del descontrolado para indicarle que "si no respetas la realidad, por lo menos tienes que temerla y acatarla"... El atávico sonido producía efectos muy saludables de recuperación de la atención y de la buena disposición para las tareas de la clase y el estudio. Las clases de Filosofía eran muy participativas, apacibles y divertidas. En una ocasión, tuve que entrar en una clase de cursos de la ESO. El espectáculo con el que me encontré, no sabría describirlo en su dramatismo y terror: Chicos humillando con toques, golpes y jueguecitos, sobre el material de la mesa, pelo, ropa y otras pertenencias de una profesora, acorralada entre su escritorio, la pared y la pizarra, tapándose la cara con las manos. Los demás alumnos peleando, saltando sobre las mesas, tirándose papeles, mirando por las ventanas...¡Un desastre! Entré como una fiera, bramando. Bastó dar un grito "pero, qué es esto" y, entre voces y empujando hacia su sitio a los dos primeros "sólidos" que encontré a mi paso, para que aquello se recompusiera enseguida. Tardaría diez segundos para estar sobre la tarima y toda la clase sentada en su mesa correspondiente con los brazos cruzados y en silencio, dispuesta a recibir mi sermón. Teatralicé comerme a algún alumno con patatas. Aunque no fueran alumnos míos, luego me saludaban en el patio y más de uno venía a chocarme la mano con afecto.
El buenismo imbécil y arrogante que alimentó leyes "progres" de rendición al alumno (o al hijo) y sus caprichos para evitar el fantasma reaccionario del profe (o padre) represor y brutal, que proyecta su rabia con el mundo y las cosas en el santo ángel de la guarda indefenso y mártir, esa suerte de tirano, que es el alumno (o hijo) ha sido el colmo de la hipocresía, del desprecio y dejación producida contra una auténtica educación. Sin autoridad inmediata, sin la secuencia de controles y seguimientos que requiere un aula tranquila y el respeto a los alumnos, incluso, más conflictivos, disruptivos, la pretendida innovación educativa por la que los alumnos pueden hacer lo que les de la gana es sacrilegio y simonía (instrumentar la educación, como bien sagrado, por intereses espúreos partidistas).
El alumno debe aprender a "darse cuenta de la realidad y a dar cuenta de ella". Acatándola, obedeciéndola, recreándola y compartiéndola. Jamás puede hacerse el emperador tirano de la clase y, menos, de la casa, impunemente. Para afrontar esos desequilibrios están otras instancias...
Continuaré. ¡Basta de tanta hipocresía, alejada de los problemas, y más respeto!
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