viernes, 21 de marzo de 2014

Quiero evocar todavía otra de mis incursiones

por Barcelona con el afán de encontrar los lugares conocidos y aquellos nuevos que pudieran agradecer nuestras huellas, provocación y refuerzo al fin, de lo más sagrado que nos garantiza una convivencia saludable entre hombres libres. En el metro un virtuoso violinista nos entretuvo con excelencias. En la Plaza del Rey dejé "huellas" nuestras al atardecer...
 Pasé por el Archivo de la Corona de Aragón, el Museo Marés y por la catedral. Estuve a punto de dejar "huellas" en el Palacio del Arcediano e, incluso, en el Palacio Episcopal para que el cardenal "Martínez" topara con ellas.
Crucé a las Ramblas pasando por la Plaza San Jaime por cuyos alrededores hice discretos repartos. Quise colocar nuestros mensajes en la iglesia de San Felipe Neri donde, en tiempos de mi prolongada adolescencia, nos refugiamos más de una vez por aquello de "Libertad, Amnistía y Estatut de Autonomía" con Xirinachs, el P. Dalmau, entre algunos de sus mentores (¡Cuánta fatuidad y desencanto, visto ahora el agusanamiento trampero de aquellos eslóganes. Yo también estaba medio loco. Pienso que la oración permanente, aunque inmadura, me libró de enredarme entre tanto disparatado). Aunque Santa Ana es siempre mi lugar recurrente, para comer vegetariano y orar, pasé hacia La Paloma, adonde alguna vez acudí a bailar y, la última vez, a compartir la emergencia de Ciudadanos.
 Alcancé el MACBA, museo al que debo volver para la contemplación y el éxtasis en un entorno que no ha perdido su raíz misteriosa y encantadora (tan cerca también de la Biblioteca de Cataluña y de la calle Hospital.
Te venía diciendo que el objetivo de esta exploración no era ir desfalleciendo por los lugares de mi memoria sino la pertinaz pesquisa para encontrar acomodo y provocación a nuestras "huellas",  así que saltando la universidad Central de mis locuras y el sótano obsesivo del "Hogar del Libro", volví a la Rambla de Cataluña, a todo a su largo con el perfil del Tibidabo al fondo.
Me dejé atrapar por las emociones, siempre nuevas y contrarias, del Paseo de Gracia, con sus notables edificios modernistas y la invasión constante de japoneses que los han ocupado como si fueran unas islas del Pacífico, siempre estimulantes y pacíficas, trasunto de la morada celestial ("Hagamos tres tiendas")... las Casas de los Mulleras, JosefinaBonet, Amatller, Batlló y, más arriba, la de los Milá.
siempre con la metáfora del dragón y San Santiago (San Jaume), que es Patrón de toda España. Ojo, que no vayan a decir ahora, con su sabiduría cateta, que San Jaime es un Santo catalán y Santiago es español que mata moros y el catalán sólo dragones. ¡Cuánta fabulación para mamar más y más, impunemente. Luego, ya atardecido, recorrí el barrio de Gracia, escudriñando lugares estratégicos como si estuviera, más que nunca, en territorio comanche. Volví al Santuario de la Virgen del Carmen, en la Diagonal, dond recuerdo tanto éxito, desaparecidas las huellas de las octavillas allí plantadas.Bueno, estando tan cerca, me acerqué al monumento más sublime de la espiritualidad de Gaudí y núcleo de la de todo cristiano, iglesia primordial, la Sagrada Familia.                               

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