lunes, 17 de marzo de 2014

Otra oportunidad: escuchar pacientemente en el

bar. Hoy me ha sucedido en la Sala Mozart. Un hombre anda cabreado, en catalán y en castellano,  y se extrema diciendo que hay que ir al Valle de los Caídos a levantar a Franco a ver si pone orden... No lo conozco, pero, mientras tomo el té de la tarde, le ofrezco una octavilla, en lugar tan señero de Calella. Me la recoge diciendo, "Soy español, bien, bien...". Continúo escribiendo.
Esta noche he soñado que desde los chiquillos hasta los abuelos habían creado su propia forma de exhibir su identidad y la resistencia a los fétidos fantasmas que, azuzados por los identitarios excluyentes que quieren marcar sus rebaños en apriscos con aduanas, emponzoñan la convivencia. He visto todas las calles y las plazas llenas de octavillas creadas con sus propias manos sobe papeles que llenan las plazas, los mercados, las iglesias, los museos, los metros, los autobuses, los institutos, las universidades, día tras día, abatiendo a los equipos de limpieza a los que fustiga inútilmente el alcalde Trías.

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